martes, 6 de marzo de 2012

La calaca que va y viene

Hace mucho tiempo que no escribo nada aquí. No es porque mis demonios hayan desaparecido ni porque me haya quedado sin voz. Simplemente la necesidad no me había orillado a la anonimidad del ciberespacio. Pero hoy me ha golpeado. Hoy terminó de morirse la mamá de un amigo muy querido. Se ha hablado de la muerte desde que se supo de su enfermedad, a la sombra de la muerte su proximidad su influencia se transluce en las conversaciones y los pensamientos. Decía yo más temprano, pensando en Isabel Allende y en las conductas que a mis ojos son inapropiadas en los funerales, que los muertos ajenos suelen ser la excusa perfecta para llorar penas propias. La verdad es que no se cuál sea el comportamiento "adecuado" en un funeral, ni tengo una fórmula mágica de qué decirle a quien se le da el pésame. A final de cuentas es una sandez. Uno no puede de ninguna manera ser consuelo o solaz para aquel que sufre la pena de una pérdida. Muchas veces se trata de lo mal que uno se siente y el decir pendejadas como "está mejor" "sufría mucho" o peor aún "está con dios" (con minúscula porque para mí es un minúsculo invento) tiene como fin el acallar la conciencia propia con un "ya cumplí". Hubo una época en la que yo decía que no volvería a poner los pies en una funeraria hasta que la muerta fuera yo. Dejé esa noción detrás y ahora procuro acompañar a las personas a las que quiero en ese trance difícil de poner bajo tierra (o en el horno) a alguien que aman. La experiencia me ha llevado a la conclusión de que uno puede estar y ya. Habrá personas a las que la presencia de uno (amigo, familiar, conocido) les conforte en cierta medida, pero habrá a quién le importe un pepino. También depende de las personas. Yo recuerdo rostros muy específicos del funeral de mi padre. Los que me importaban. Me hizo sentir bien que estuvieran ahí, pero en retrospectiva. En el momento lo único que yo sabía es que mi papá, mi adorado padre, estaba muerto. Y es eso. Regreso con esa noción de los muertos ajenos como excusas para llorar penas propias. Desde ese enero fatídico todos los muertos son mi papá. La experiencia de la muerte para mí tiene la referencia muy real de saber a mi padre bajo tierra, al principio un muñeco embalsamado, más tarde un cadáver hinchado pudriéndose en su propio caldo y en la actualidad, imagino yo, un esqueleto sonriente, porque si algo tenía el don era una sonrisa encantadora, aunque a mí me gustaba más cuando cantaba que cuando reía, lo sentía más contento así.
Últimamente he acompañado a más gente de la que me gustaría. Una abuela que enterró a un nieto al que no conocí. Un compañero de trabajo que enterró a una hija a la que no conocí. Amigos que sufrieron como familia por una compañera que yo no tuve la fortuna de llamar amiga. Uno de mis amigos más queridos que enterró a una madre a la que yo también quise con toda el alma y que murió de repente, sin revuelo. Y ahora uno más. Este hombre ha sido en mi vida un recordatorio de lo que era mi padre, tal vez por eso su dolor me empuja a escribir como no lo hizo el de los demás. Eso y la ya mencionada sombra de la muerte que se venía cirniendo sobre nosotros desde hace unos meses. En paz descansan todos ellos, estoy segura. Jodidos seguimos siendo los  los que nos quedamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario