sábado, 30 de enero de 2010

Pa'


Pa mi pá' de su já', con los ojitos mojaditos. 
Son ya, y apenas, seis años. Los recuerdos de cuando estaba se tiñen del dolor de su ausencia, duele haberlo conocido porque lo perdimos. En contraposición a veces lo recuerdo en cosas que pasaron cuando él ya no estaba. Entonces tengo que recordarme que cuando eso pasó él ya estaba muerto… sin embargo resulta tan lógico y real que él estuviera en ese momento en particular que dudo de la cronología. Después de todo, el tiempo se dobla y desdobla siguiendo leyes que me son por completo incomprensibles, de modo que no sería extraño encontrarlo el día de mi funeral en vez de recordarme yo en el suyo. No sólo por ser su aniversario luctuoso revivo el día en que se me apagó la luz. De hecho hago ese ejercicio con cierta frecuencia. Puede que sea desatado por caminar en la cuadra d abajo, por escuchar el teléfono al ir abriendo la puerta, encontrar viejos conocidos que son nuevos extraños o, muy de vez en cuando, ver a su hijo que nunca me buscó como había prometido. Quise verlos. Hablarles de él. Que conocieran por mi boca al hombre que no pudieron llamar papá. Bueno, querer las cosas no es lograrlas por más que digan y repitan por ahí eso de que querer es poder. Yo pensé cuando me contó un amigo “es que mi papá murió siendo yo muy niño” que si “eso” (sin nombre siquiera) llegara a pasarme, enloquecería. Ingenua. En realidad era un deseo, no enloquecí. Caminé a través de ese dolor perfectamente cuerda y consciente de que jamás de los jamases volvería a verle, oírle, abrazarle o sentirle a mi lado, apoyándome y queriéndome, siendo el niño grande que lo hacía ser un gran hombre. Uno no cree que sea posible, pero los recuerdos si se deslizan poco a poco. A veces me cuesta trabajo oír su voz. En mi cabeza claro. Su rostro no es problema, el montón de fotografías por doquier me lo recuerdan a cada rato, además, si quiero verlo vivo, no tengo más que acercarme a un espejo y reacomodar las cejas. Al verme lo veo. Sólo que él era mucho más apuesto. Con frecuencia pienso en mi vida con él. Es decir, cómo sería mi vida si él no hubiera muerto (dale con el hubiera, pero es que el ocio me orilla a muchos vicios, no es éste el mayor de ellos). Me veo sin tatuajes, sin esas heridas, sin esos recuerdos. Y sin esa experiencia. Hubiésemos peleado mucho. Pero las lágrimas hubieran sido más sanas y los rencores pasajeros, contra el mundo y no contra mí. Su voz me habría guiado. Su mano firme me habría regresado al camino. Su presencia hubiera frenado mi locura (o será más bien, mi loquera). Él era el freno que me mantenía en un molde. Tal vez era eso. Me hubiera muerto yo. Es decir que respiraría y haría todas las cosas bonitas que se supone que habría que hacer. Pero sería un zombie. Ah… pero sería un zombie feliz. Un zombie con padre. Un zombie con sol. Un zombie dichosamente zombie. No es así. Al final habría comprendido que las cosas son como son y que Sooonia tenía que ser como  Pachamama quería que fuese. Después de todo, mi padre fue el hombre más grandioso que he conocido, y sé que me quería.

jueves, 28 de enero de 2010

Luna

Llegué a conocer cada centímetro de tu piel de leche y terciopelo, tus labios dulces y tu cuello acaramelado, tu cabello nubarrones y el sabor salado de tu sangre, cargado de tu sensualidad: esencia. Te he recorrido toda, primero con mis ojos ciegos, más tarde con mis manos torpes,  mi boca sedienta. Llegué a adorarte cual deidad antigua, tus pisadas diminutas y tus pechos erguidos, tu voz de azúcar y arroz, tu paso ligero, caderas de arena, perfectamente incompleta, dulcemente salvaje... fuiste para mí bálsamo que hiere y pasión insatisfecha, me llenaste de vacío y me diste ilusión en espejismos, la luz de tus ojos sombra atrajo mi locura: por siempre lunática, enamorada para siempre de la luna.

lunes, 25 de enero de 2010


viernes, 22 de enero de 2010

Un vieux poème fait nouveau

Cendres

Avec l’infime morceau brûlé par le feu qui reste de mon cœur endurci et noiré fait miettes je t’adore. Tu occupes tout dans moi qui pourrais être pur et beau avec une douleur ci profond comme éphémère la vie : tout que restait, mon poitrine geindre que j’ai besoin de toi ici et que tu ne va pas être rien plus. Va pour toi cette coupe du sang, mon amour, mon amant, ma victime.